De Ayer a Hoy
Rocco Oppedisano: un hombre que amalgama el cine con la matemática
Italiano de pura cepa, brilló en ambas disciplinas. Su arribo a Punta Alta. La formación inicial y el doctorado en Europa. La RAI y el film “Cómplices del Silencio”. “Llevo la vida que quiero y soy feliz”, afirmó.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco
Rocco Oppedisano, virtuoso cineasta y Doctor en Matemáticas, logró gran reconocimiento a partir de su aporte en la pantalla grande. Trabajó como director, guionista y productor en la RAI y en Cinecittá de Italia. Posteriormente, desempeñó su labor en Telemundo Network de Estados Unidos y finalmente regresó al país que adoptó como propio, más precisamente para radicarse en Bahía Blanca, donde había dado sus primeros pasos en la TV.
Uno de sus proyectos más destacados es la película "Cómplices del silencio" (2009), una coproducción ítalo-argentina dirigida por Stefano Incerti y basada en un libro original de Oppedisano. El film cuenta la historia de un periodista europeo que llega a Buenos Aires durante el Mundial de Fútbol de 1978 y se ve envuelto en la turbulenta realidad política del país. La obra fue bien recibida y se proyectó en diversos ciclos internacionales.
Además de su labor en el arte que consiste en crear y proyectar imágenes en movimiento y de hacer grandes aportes en la ciencia formal que explora figuras geométricas y la aritmética con números, incursionó en la escritura, publicando libros relacionados con la realización audiovisual tanto en Italia como en Argentina. También impartió seminarios internacionales, compartiendo su experiencia y conocimientos con las nuevas generaciones. La Brújula 24 tomó un café con él y logró este artículo para la sección “De Ayer A Hoy”.

“Nací en Roccella Ionica, bien en el sur de Italia, un lugar estupendo. Me crié en medio de la Segunda Guerra Mundial, junto a mis padres y hermanos. Fui el tercero de cinco hijos. Al finalizar el conflicto bélico, mi papá decidió que nos mudemos a Nápoles porque tenía la intención de trabajar allí”, mencionó, con el tono que aún mantiene del arraigo de sus raíces.
Y analizó: “Le empezó a ir muy bien como sastre y contaba con la ayuda de mi hermano mayor, mientras yo iba a la escuela porque era un niño. Mis tíos paternos vivían en Buenos Aires y fue mi abuela la que le insistió a mi papá para que se radique en Argentina. A él no le gustaba la idea de emigrar”.

“Italia estaba empezando a repuntar casi al mismo tiempo que el resto de los países de Europa que un par de años antes habían iniciado el proceso de crecimiento. Finalmente se decidió, pese a la resistencia de mi mamá que, cuando iba a hacer las compras, se encontraba con los vecinos que le decían que iba a ir a la parte de América más pobre, recalcando que el sector más rico era Estados Unidos”, esgrimió, con picardía al plantear esa comparación.
Consultado sobre aquello que comenzó como una aventura, señaló:“Los siete viajamos en barco, un derrotero muy extenso hasta llegar a tierra firme. En el puerto de Buenos Aires, la primera imagen que tuvo mi mamá fue la presencia militar con sus armas en mano, justo en el momento del final de la primera presidencia de Perón. Eso no causó una buena impresión entre mis papás y decidieron ir a Punta Alta, donde vivía otro de sus tíos”.

“Apenas pusieron un pie ahí quedaron deslumbrados con la tranquilidad que se respiraba, muy diferente a lo que habían experimentado apenas arribaron a Argentina. En ese entonces tenía once años, aprendí a hablar perfecto español en dos meses, a punto tal que luego de ese lapso ya no me preguntaban de dónde había llegado ni me miraban con la lástima que le tenían a los inmigrantes”, advirtió, en medio de un placentero diálogo que se iba desarrollando.
Paralelamente, evocó que “lo primero que hice fue empezar a cantar, se volvieron locos y se abrió una puerta importantísima porque integré un grupo llamado La Pandilla Bahiense junto a otros chicos con los que recorrimos distintos lugares a unos 200 kilómetros a la redonda, todos los domingos”.

“No éramos un coro, cada uno interpretaba con su voz o un instrumento las canciones que habíamos preparado, incluso algunos de ellos se han destacado luego en Estados Unidos y Buenos Aires. Mientras tanto fui a la escuela, hice la secundaria nocturna porque me gustaba durante el día hacer ejercicios matemáticos por mi cuenta, apuntalado por profesores brillantes algunos de ellos que viajaban desde Bahía”, resumió Oppedisano.
Ese esmero le daba sus frutos: “Cuando me tomaban examen en clase me sacaba 10 en esa asignatura porque tenía toda la práctica encima. Me anoté en el Instituto Juan XXIII que recién había abierto sus puertas para estudiar Matemática, luego hice la carrera de Física y posteriormente mi meta era lograr sentar las bases para hacer el Doctorado en Italia”.

“Durante todo ese interín, tuve la oportunidad de trabajar en Canal 7 y es paradójico cómo ingresé porque con 22 años me presenté y en esa primera entrevista, la persona que estaba a cargo, que no era mucho mayor que yo, me preguntó qué sabía de cine y televisión. Le dije la verdad, que no sabía prácticamente nada, solo tenía algunas nociones muy básicas, pero le manifesté que contaba con una gran cantidad de libros sobre el séptimo arte”, afirmó el multifacético personaje.
Y agregó: “Le comenté que gracias a la lectura de ese material entendí cómo era el manejo de cámaras y se sorprendió gratamente, por lo que me terminaron contratando de inmediato. Viajaba todos los días de Punta Alta a Bahía Blanca, pero la experiencia en Canal 7 se interrumpió casi de un día para el otro cuando se produjo una discusión entre quien me había dado el trabajo y los dueños de la emisora”.

“Estos últimos vieron a mi jefe manifestarse con vehemencia, insultando a los camarógrafos porque no se hacían las cosas bien, algo que era muy normal en esos tiempos. Le dijeron que era un maleducado, lo despidieron. No hablé en medio de esa su disputa y era su mano derecha, pero también me fui junto al resto de los empleados con los que veníamos haciendo las cosas correctamente por el bien del canal”, apuntó Rocco, con una mueca que se le dibujaba en su rostro.
No obstante, no hay mal que por bien no venga: “Apareció Dardo Guardiola, un amigo que me brindó la chance de ser profesor de Matemática en el Colegio Don Bosco, pese a que todavía no me había recibido. Su papá era el director de Canal 9 e intercedió para que me den empleo, previo a una prueba muy exigente que tuve que superar porque me encomendó una tarea difícil con un plazo de 48 horas para presentarla”.

“Los muchachos que ya trabajaban ahí me dieron una gran mano y cuando regresé con el material terminado me contrataron. Estaba en el tercer piso del edificio de La Nueva Provincia, pero surgió un problema casi de entrada porque cuando le manifesté que estaba estudiando Matemática me dijo que no era compatible porque me necesitaban a toda hora”, aseveró.
Sin embargo, pudo lograr su cometido: “Con el correr de los días acompañé a mi amigo Dardo y me ponía al lado de él para ver cómo era la dinámica hasta que meses más tarde, su papá terminó aceptando mis condiciones que tenían que ver con el estudio y ya me sumé oficialmente al staff. Me terminé yendo de ahí por las diferencias que tuve con la señora Massot”.

“A Italia me fui con 27 años para hacer el Doctorado en Matemática y ya en aquel país me di cuenta que si, además, quería hacer cine me tenía que quedar allá porque en Bahía Blanca iba a resultar imposible concretar ese sueño. Acudí a la Organización de América Latina, llevé un proyecto donde explicaba que quería fusionar el cine con la matemática y los convencí de que era posible concretarlo”, acotó, sin ningún tipo de vacilación.
Posteriormente, se dio lo que tanto venía buscando: “A los 15 días nos volvimos a reunir y las reacciones fueron diversas, algunos se reían y otros captaron la importancia de lo que tenía en mi mente. Nos pusimos de acuerdo en hacer un libro que la idea era distribuirlo en todo Latinoamérica y la tirada fue tan grande que hasta uno de los ejemplares llegó a la Universidad Nacional del Sur”.

“En paralelo, empecé a trabajar como actor porque necesitaba generar ingresos, haciendo papeles secundarios en distintas películas. El libro fue un éxito y un director importante de cine europeo me detectó en un catálogo por lo que me abrió las puertas para llegar a la RAI, donde justo buscaban a alguien con mi perfil”, enunció, respecto al tramo de mayor popularidad que alcanzó su figura.
Aunque el destino le tenía preparada otra sorpresa: “En ese momento me jubilé y presenté un guión que resultó ganador y le dio materialidad a un film llamado Cómplices del Silencio, coproducción ítalo-argentina inspirada en un documental realizado en 1975. El problema es que para ese entonces viajaba mucho por Europa dando clases y no podía atarme a estar en un solo lugar porque además como docente ganaba muy buen dinero”.

“Aceptaron mi condición de trabajar por fuera del horario que imponía la organización y se pudo hacer realidad ese material audiovisual que fue un verdadero orgullo para mí. Lo que vino después fue una oferta para desempeñar mi labor en Miami, donde la ventaja era que allí se habla poco inglés, un idioma del que tenía poco manejo”, apuntó, promediando el ida y vuelta.
Después, con el aplomo que lo caracteriza, reveló cuál era su rol: “Fui una especie de director de piso, manejaba los tiempos de los rodajes, estando muy atento a cada detalle. Una vez que culminó esa experiencia y habiendo también hecho un trabajo en Puerto Rico, volví a Argentina, más precisamente a Buenos Aires, donde una universidad me ofreció ser profesor en la carrera de Cine”.

“A quienes me emplearon les gustaba la idea de que yo era doctor, pese a que les insistí que mi título era en Matemática (risas). Viajaba mucho a Bahía y me había separado de mis dos esposas, una italiana y una argentina, pero considero que la clave para realizar este trabajo fue no haber tenido hijos”, aludió Oppedisano.
Más sereno, llegó el momento de tirar el ancla y dejar la vorágine habitual: “Ya una vez establecido en Bahía, un compañero de banco en la escuela me convocó para hacer cine en la Universidad Nacional del Sur, luego de un intento fallido en La Plata. El dinero no era una condición porque yo estaba relativamente bien desde el punto de vista económico”.

“A los tres meses esta misma persona me contactó para contarme que estaban armando la Universidad Provincial del Sudoeste (UPSO) y la idea principal era que la temática de los conocimientos audiovisuales sea central en los contenidos de la carrera. Allí pude conocer a muchos alumnos que hoy brillan en el mundo”, especificó, sobre otro de sus grandes logros, con el cual pudo transmitir sus amplios conocimientos.
Al epílogo, desmenuzó el episodio crítico que lo puso contra las cuerdas: “Hace ocho años sufrí un accidente cerebrovascular que derivó en una afasia, un trastorno del lenguaje que dificulta la comprensión y expresión. Un médico en Buenos Aires me derivó a una clínica de alta complejidad para recuperar el habla porque no había perdido la capacidad de raciocinio, pero no podía escribir los cálculos matemáticos que tanto me apasionan”.

“El primer mes de tratamiento era clave, si en ese lapso no mostraba signos de recuperación, no había nada más que hacer, pero por suerte a las dos semanas ya me hacía entender con palabras y comprendía todo lo que me decían. Inclusive, la directora de dicho establecimiento de rehabilitación me abrazaba y me imploraba que hiciéramos una película con todas las personas que estaban intentando recuperarse en ese centro. Hoy vivo la vida que quiero y eso me tiene muy feliz”, cerró.
Como solían decir los jóvenes hace un par de décadas, Rocco Oppedisano “la tiene clara” y siempre fue así. Sin postergar su compromiso con la educación y el desarrollo del cine dejó una huella significativa en la industria y en la formación de profesionales del sector. No solo eso, pudo combinar su trabajo con la pasión por los cálculos, números y todo lo que tenga que ver con una de las asignaturas que más ejercitan el cerebro. Allí radica la fórmula.
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