El día después

La magnitud de la tragedia que atraviesa a la ciudad es inconmensurable. Nunca los habitantes de estas tierras sufrimos un golpe colectivo tan brutal e inesperado. Esas marcas quedarán, en menor o mayor medida, hasta el final de nuestras vidas.

Sin embargo, lo que fue absoluta desolación en las primeras horas de la inundación se fue transformando en una energía imparable. Una energía tan potente como la correntada que arrasó con Bahía.

La solidaridad fue abrumadora y las manos se multiplicaron por miles. No sólo la ayuda entre vecinos, sino esas manos anónimas que llegaron desde lugares muy lejanos de la Argentina e incluso del exterior.

Las ayudas económicas y las interminables caravanas con comida, colchones, ropa, muebles y artefactos del hogar se multiplicaron por decenas. Aviones, camiones y trenes repletos de donaciones. Emociona cada vehículo que llega tocando bocina y con banderas argentinas.

Grandes empresas, famosos, clubes de fútbol, religiosos, medios de comunicación y ONGs enviaron importantes ayudas. La política, en general, estuvo a la altura de las circunstancias.

La Justicia tampoco miró para otro lado y le puso coto a despreciables sujetos que sólo intentaron sumar angustias con mentiras sobre el número de muertos o sobre saqueos masivos. Es imperdonable provocar más terror al ya doloroso padecimiento de la sociedad. Infundir temor público o dar voces de alarma para provocar peligros comunes es un delito.

Todos los que pudieron ser detectados afirmando fakes news o afirmando delirantes teorías conspirativas fueron sentados ante una fiscal y todos se desdijeron. Y argumentaron que se confundieron o que reprodujeron lo que “la hermana del primo escuchó en la esquina de una persona que no sabe quién era”.

En el menú de barrabasadas se podía leer o escuchar que “el Ejército escondía muertos” o que los helicópteros pasaban de noche “porque trasladaban muertos y tirarlos en campos”, o que “la cifra de fallecidos no era de 16 sino que era de centenares”, o que “la morgue estaba abarrotada y los iban a llevar al crematorio para hacerlos desaparecer” o que “en la Galería Plaza había muertos escondidos”.

El intendente Susbielles como comandante del Comité de Emergencia, acompañado por su gabinete y ministros provinciales; la oposición que escoltó y se involucró en la crisis; y los empleados estatales (ya sean municipales, de hospitales o de entidades de la Provincia o Nación) junto a miles de voluntarios se rompieron el alma.

Bahía logró unir a dirigentes que se detestan como Patricia Bullrich y Axel Kicillof.

En paralelo, el expresidente Mauricio Macri y el gobernador bonaerenses coincidieron en dos aspectos fundamentales para pensar el futuro de Bahía: el cambio climático llegó para quedarse y la única manera de mitigar los efectos de nuevos y devastadoras manifestaciones de la naturaleza es que el Estado haga obras.

Un científico francés envió al rector de la UNS Daniel Vega un "paper" que vincula el desastre bahiense al cambio del clima y advierte que “no será la única”.

Diques, represas y múltiples canales aliviadores serán la única opción para reducir los daños de una ciudad que se fundó en un pozo, así como prohibir construcciones en los subsuelos. Esta generación de ciudadanos, incluidos obviamente los políticos actuales y los que vendrán, deberemos pensar y transformar una ciudad para evitar nuevas tragedias: es una obligación con las próximas generaciones.