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De Ayer a Hoy

Jorge Faggiano: un capitán emblema que sobresalió como líder positivo

Jugó contra Jordan y evocó el paso por la Liga Nacional. Su actualidad como empresario. Y cómo se recompuso de una irreparable pérdida familiar: “Aprendí a entender los verdaderos problemas de la vida”.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Preciso, concreto, meticuloso, del mismo modo que se destacaba en la cancha de básquet. Jorge Alfredo Faggiano tiene la capacidad de contemplar desde sus prácticamente dos metros de altura los casi 64 años que lleva transcurrido de vida. Camina por Bahía Blanca y recibe el cariño de los vecinos, cosechando lo sembrado a raíz de una carrera intachable.

Devenido en empresario del rubro seguros, sostiene una compañía local con proyección nacional. Con los pies sobre la tierra, perdura en él la humildad de los grandes. Repasa con nostalgia y naturalidad la disciplina que le dio trascendencia y popularidad. Entiende que el sacrificio fue una de las claves para alcanzar los objetivos propuestos.

Fue el capitán de distintos planteles, piloto de tormentas en procesos delicados como los que debió atravesar en turbulentas etapas vistiendo la camiseta de Estudiantes en la Liga Nacional. Un proceso que, quizás, lo preparó para ciertos golpes que le dio el destino. En La Brújula 24, es tiempo de conocer a uno de los basquetbolistas contemporáneos en una cancha con Alberto Pedro Cabrera y Emanuel David Ginóbili.

"Soy puntaltense, criado en el barrio Gottling, que está en la entrada de la ciudad cabecera del partido de Coronel Rosales, antes del cementerio. Cuando nací, en 1961, era un sector de mucho campo, con casi todas las calles de tierra”, sintetizó Faggiano, en sus primeras apreciaciones.

Y rememoró que “mi mamá era oriunda de allí y mi papá, cordobés. Se conocieron cuando él vino a hacer el servicio militar, se casaron, fueron a vivir a dicha provincia, lugar en el que nacieron mis hermanas. Con el tiempo, como tenía poco trabajo como camionero, entró a la Base Naval Puerto Belgrano a desempeñar tareas como civil y ahí fue que nací yo”.

“De la niñez recuerdo que fue maravillosa, asistí a la escuela del barrio y pasaba mucho tiempo en la calle pateando la pelota hasta que mamá me llamara al atardecer para ir a cenar. Aún conservo amigos de aquella época, nos juntamos cada dos meses a jugar a las cartas”, contó con orgullo. 

Sobre sus primeros vínculos con el deporte, enfatizó que “no existían canchas de básquet cerca, por eso jugaba al fútbol, aunque no me destacaba. Como alumno no fui ni el mejor ni el peor y la única actividad extraescolar que hice fue estudiar inglés”.

“El básquet entró en mi vida a los 11 años, mi hermana mayor tenía un novio que jugaba en Altense y me insistía en que probara suerte, pese a mi negativa. En su insistencia lo terminó logrando porque, además, veía que era muy alto para mi edad”, admitió Jorge, en una etapa en la que ni por asomo imaginaba lo que iba a suceder con su carrera.

Consultado respecto al motivo genético que le permitió alcanzar los casi dos metros de altura, explicó que “mis papás eran de estatura considerable también, evidentemente fue una de las cosas que heredé de ellos. El primer contacto con la pelota naranja fue una prueba en una cancha sin techo. Admito que escuchaba por radio los partidos de la época de oro con Cabrera, Fruet y De Lisazo, pero nunca había tirado ni siquiera al aro”.

“Eso ocurrió cuando tenía 11 años y empezaba el mini-básquet, quedé seleccionado para una selección puntaltense, pero realmente era solo alto, no tenía muchos fundamentos. Con el paso de los años, empecé a agarrarle el gustito al juego, gracias a un entrenador como Miguel Río, que a mis 14 años me hacía entrenar con una categoría más grande”, aclaró Faggiano.

Asimismo, esbozó: “Eso me fue motivando, a tal punto que cuando estaba por cumplir 15 vine a probarme a Estudiantes y ya en 1976 terminé jugando en Bahía, viajando dos o tres veces por semana. Iba y volvía en el micro de la empresa La Acción.Incluso, algún fin de semana me quedaba a dormir en casa de Roberto Juanpataoro y su familia que fueron muy hospitalarios”.

“Tuve la suerte de integrar una selección de Juveniles, pese a que era más chico de edad, pero resaltaba por tan solo mi altura y cierto despliegue físico más que por mis cualidades basquetbolistas. Llegué a jugar en las primeras selecciones de Bahía con ‘el Zurdo’ De Battista, ‘el Chueco’ Coccia, Marcelo Allende, ‘el Tero’ Rabbione, entre otros”, enumeró el gran capitán que se estaba gestando.

Uno de los momentos más movilizantes se dio al codearse con un verdadero prócer de este juego: “Cuando llegué a Bahía y entrené por primera vez con ‘Beto’ (Cabrera) en la cancha número uno de Estudiantes sentí que compartía la cancha con un Dios, pese a que no tomaba dimensión de que luego iba a jugar con él. Incluso, me llegó a dirigir en menores y luego se fue a La Plata, cuando regresó fuimos compañeros de equipo”.

“Para él era demasiado fácil hacer las cosas dentro de la cancha que pretendía que uno las ejecute del mismo modo y eso lo convertía en una persona con un carácter fuerte. Debo decir que aprendí un montón a su lado, fui un privilegiado”, mencionó sin ahorrar elogios y a modo de agradecimiento.

“Cuando terminé el secundario y cumplí 18 años me vine a vivir a Bahía y en los inicios de la década del 80, cuando el básquet todavía no era profesional, te pagaban una parte del alquiler del departamento y la comida. Era la antesala de lo que iba a venir para mí en el corto plazo”, describió, promediando el ida y vuelta con este cronista.

Sin quedarse quieto, supo complementar la actividad principal, pensando en lo que iba a suceder después del retiro: “Luego del servicio militar, en Prefectura cursé algunas materias de Ingeniería en la UNS, pero por los viajes con las distintas selecciones se me hacía difícil asistir a las clases. Por eso es que me anoté en la carrera de Educación Física y me recibí en el 83”.

“Recuerdo que un año antes ya integraba el combinado nacional de mayores y era el único proveniente del Interior del país. Todos jugaban en Capital Federal, donde estaba el deporte más establecido, en equipos como Obras, Lanús, San Andrés y River, entre otros clubes emblemáticos”, apuntó Jorge.

Eran momentos en los que se daban puntos de quiebre y de tomar determinaciones: “Para aquel entonces aún no había empezado la Liga Nacional, solo se disputaban campeonatos argentinos de clubes, faltaba competencia permanente, por eso me fui a préstamo desde Estudiantes a Independiente de Avellaneda”.

“A mediados del 84 nace la posibilidad de un torneo de transición, con la idea de León Najnudel, al cual se inscribieron tanto Estudiantes como Pacífico. Como varias de las instituciones capitalinas no iban a tomar parte del certamen, acepté regresar para ser parte del ‘Albo’ en 1985 para la Liga Nacional”, dijo Faggiano.

Armar y desarmar valijas era rutinario: “Interrumpí la cursada de la carrera de Kinesiología que había comenzado en Buenos Aires, pero tampoco era mucho el tiempo que me sobraba. Igualmente, en mi estadía allá también trabajé en un gimnasio. Todo eso hizo que cuando volví a Bahía Blanca ya me dediqué profesional y exclusivamente al básquet”.

“En la Liga jugué en Estudiantes, Quilmes de Mar del Plata, Gimnasia de Comodoro, Olimpo, Andino de La Rioja, Valle Inferior de Viedma y volví al club en el que había iniciado el camino. Al principio, si bien nos pagaban un sueldo, muchos tenían otra ocupación paralela”, recordó quien vistió la camiseta número 12 prácticamente en toda su carrera, la cual cuelga de lo alto del gimnasio Osvaldo Casanova..

La competencia apareció cuando el entrevistado ya no era juvenil y eso no le permitió sacar provecho total de lo que ofrecía: “Rápidamente se hizo mucho más profesional, pero el auge de la competencia se dio a fines de la década del 80, inicios del 90, cuando ya tenía casi 30 años. Igualmente me di el lujo de ser parte de planteles hasta el 97 y todo eso me permitió hacer una pequeña base económica, pero ni por asomo salvarme”.

“De los basquetbolistas que hicieron su carrera en el país y no se fueron al exterior, solo un puñado pudo lograr contratos que les dieron una tranquilidad económica. Puedo nombrar a (Marcelo) Milanesio, (Héctor) Campana, Esteban Camisassa y alguno que otro más”, enumeró en medio de la conversación.

Un pase pareció que lo ponía en el ojo de la tormenta, pero por su forma respetuosa de manejarse en la vida, se dio naturalmente: “Haber jugado en Olimpo no me trajo ningún problema, se dio cuando estaba en Comodoro Rivadavia y mi señora había quedado embarazada y había que tomar una decisión. Recibí el llamado y, si bien la decisión fue pensada, más allá de que alguno se pueda haber enojado, creo que hice lo correcto. Además, no fue que crucé de vereda de un año a otro”.

“El momento del retiro fue algo muy meditado. Tenía a mis tres hijos, no podía andar de un lado para el otro porque los chicos iban a la escuela o el jardín de infantes. Un par de años antes empezaba a visualizar qué iba a hacer de mi vida, comencé a llevar adelante labores como profesor de educación física en escuelas”, aseguró, sobre el proyecto que ejecutó.

Y disparó: “Eso fue después de tener un gimnasio en Punta Alta con un socio que tuvimos que dejar porque a raíz de mis obligaciones como jugador no podía atender. Paralelamente, mi cuñada hizo el curso de productora de seguros, nos comenzamos a vincular con ese ambiente, a través de ‘Beto’ (Cabrera) que se dedicaba a ese rubro”.

“Ella se dedicaba al día a día y yo por mis contactos acercaba algunos clientes. Cuando dejé de jugar, hice ambas cosas, pero cinco años después tomé la decisión de dedicarme más al tema de los seguros, siguiendo vinculado al básquet, pero desde el lado dirigencial del Club Estudiantes”, destacó.

Pudo haber estirado la agonía, pero fue digno su final como basquetbolista: “Dejé la Liga Nacional cuando todavía tenía la posibilidad de tomar alguna oferta de un TNA (actual Liga Argentina), pero la exigencia iba a ser alta en cuanto al entrenamiento, pese a que era otro nivel. Me di el gran gusto de jugar en Altense para retirarme en lo que era mi casa”.

“La gran anécdota de mi carrera fue un Panamericano en Caracas en el cual enfrenté a Michael Jordan que representaba al equipo universitario que había armado Estados Unidos. Era un gran elenco, que se potenciaba aún más cuando él entraba al campo de juego”, agregó, con un brillo en su mirada. 

Con total franqueza, el entrevistado sintetizó que “para ese momento, Jordan ya había sido campeón en su equipo (North Carolina) y había comentarios de que se venía una figura en potencia a la NBA porque, además, físicamente era una bestia, volaba en la cancha”. 

“Enviudé hace 12 años y aquel fue un episodio traumático, fue parte de una etapa muy dura porque en primera instancia había fallecido mi cuñada y al poco tiempo se enfermó mi señora, quien tuvo que afrontar un proceso de cuatro largos años de enfermedad”, lamentó, con la voz entrecortada. 

Entero e íntegro, enunció que “fue duro, tratamientos prolongados, con nuestros hijos adolescentes, Lucas viajó a probar suerte con el básquet a Estados Unidos, estuvo un año y luego no regresó a Norteamérica para acompañar a su mamá. Mi hija del medio estaba estudiando en Buenos Aires y Lucas, el menor, iba a la secundaria”. 

“Siento que el trabajo fue un refugio para despejarme un poco del día a día, mis hijos fueron un gran sostén, pero me quedé a cargo de la oficina junto a mi sobrino que era el más grande de los hijos de mi cuñada, pero aún muy joven. Llevé adelante el negocio esperando a que él creciera, sabía que tenía que ‘empujar el carro’”, planteó el ex barbado jugador. 

Luego de un proceso prudencial, se dio una nueva oportunidad: “Pasó el tiempo y pude rehacer mi vida, me puse en pareja con Julia con la que llevamos más de ocho años juntos y soy abuelo de dos nenas, ambas por el lado de mi hija: Delfina de tres años y Olivia de uno”.

“Todo el proceso te deja una enseñanza para ver la vida desde otro lado, dejar de hacerse drama por cosas menores, uno entiende que los problemas reales son otros. Siempre fui muy creyente, antes de los partidos iba a rezar a la iglesia, pero con el paso del tiempo ya no fui tan practicante”, consideró.

Al epílogo, dejó una reflexión: “Creo que cada uno se tiene que apoyar en algo para estar fuerte y darse esperanzas. Mi mamá, junto a mis hermanas, concurría mucho a misa y eso es algo que me fueron inculcando, en definitiva, creo que todo eso se convirtió en mi sostén”.

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