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A 15 años de la muerte de Sandro: la última batalla de un ídolo inmortal

Desde el quirófano hasta el adiós multitudinario, los últimos días de Roberto Sánchez estuvieron marcados por la resistencia.

En los pasillos del Instituto del Diagnóstico, en Buenos Aires, se libraba una batalla silenciosa, una de esas que redefinen la línea entre la vida y la muerte. Allí, Roberto Sánchez, conocido por millones como Sandro, pronunciaba una frase que no solo resumía su situación, sino también su espíritu: “Si me dieras el 1% de chances de vida, me trasplanto igual. Soy un muerto en vida”. Estas palabras, dirigidas al cirujano Claudio Burgos, reflejaban la desesperación y valentía del ícono de la música latinoamericana.

De hecho, la presencia de Burgos habría sido sugerida por el médico personal del cantante, Juan Mazzei, y por el cardiólogo que lo atendía en Buenos Aires, Sergio Perrone.

La vida del intérprete había estado marcada por el éxito y las luces, pero también por una adicción al tabaco que se remontaba a su infancia. “Desde los 10 años fumaba sin parar, y ese fue su gran enemigo”, comentó en su momento uno de sus médicos personales. En 1998, la noticia de que padecía un enfisema pulmonar crónico sacudió al público que lo adoraba. A pesar de la enfermedad, Sandro no dejó de cantar, incluso llevando un tanque de oxígeno al escenario en sus últimos shows, como el emblemático El Hombre de la Rosa en 2001.

Con el tiempo, el deterioro fue imparable. En 2009, tras múltiples internaciones, los médicos decidieron que la única opción para salvar su vida era un trasplante doble de corazón y pulmones. La espera fue larga y angustiante, marcada por complicaciones respiratorias que lo mantenían confinado al hospital.

El 20 de noviembre de 2009, en el Hospital de Guaymallén, Sandro se sometió a la operación que había esperado durante meses. La cirugía fue un éxito técnico, pero su cuerpo, debilitado por años de enfermedad, debía enfrentar un postoperatorio crítico. Durante las primeras semanas, la evolución fue favorable, e incluso los médicos comenzaron a hablar de una esperanza de vida prolongada.

Sin embargo, un enemigo invisible ya estaba presente: la bacteria Acinetobacter baumannii, conocida como la “bacteria de la Guerra de Irak”. Este microorganismo, resistente a los antibióticos, había colonizado su cuerpo antes del trasplante, y la inmunosupresión necesaria para evitar el rechazo de los órganos nuevos le permitió avanzar.

A mediados de diciembre de 2009, Sandro enfrentó un nuevo obstáculo: una perforación en uno de sus pulmones. La bacteria había dañado gravemente los tejidos, obligando a los médicos a realizar cirugías de urgencia y a entubarlo para mantenerlo con vida. Sandro se resistió inicialmente a una traqueotomía, temiendo por sus cuerdas vocales, pero finalmente accedió cuando no quedó otra alternativa.

En vísperas de Navidad, hubo un destello de esperanza. Sandro mostró signos de mejoría, se estabilizó y pudo compartir una cena con Olga. Pero la batalla contra la bacteria continuaba, y el 4 de enero de 2010, un shock séptico terminó con su vida.

Con información de Infobae

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