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De Ayer a Hoy

Spacessi, un estratega que "tiene la llave" para amalgamar sus pasiones

“Carlitos” sobrevoló sus 72 años de vida. Cuando el fútbol estuvo por encima del básquet. El legado de su papá y el paso a la cerrajería. “Los tiempos cambiaron, la calle perdió contra el celular”, lamentó.

Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/Twitter: @leandrogrecco

Carlos Spacessi es un vecino de alma sencilla y un carisma que lo hace entrañable. Nacido en el centro de la ciudad, su infancia tomó un rumbo decisivo cuando su familia se mudó a un barrio que marcó su vida. Allí creció entre el bullicio de la comunidad y el calor del Club Pacífico, donde dejó su huella primero como prometedor futbolista y luego como entrenador de básquet. Esa pasión por el deporte lo llevó a viajar, conocer distintas ciudades y hasta experimentar la vida en México, donde probó suerte y vivió experiencias enriquecedoras.

La ferretería familiar fue otro pilar importante en su vida, la cual, con esfuerzo y dedicación, convirtió en una próspera cerrajería. No solo le permitió consolidarse profesionalmente, sino que también lo llevó a situaciones inesperadas y tensas, como abrir puertas en medio de investigaciones policiales de trágicos desenlaces. Estas experiencias, aunque difíciles, reforzaron su carácter y lo conectaron aún más con la comunidad que tanto lo aprecia.

Hoy, Carlos se encuentra jubilado, aunque sigue al frente de su cerrajería, un espacio que para él es mucho más que un trabajo: es un punto de encuentro con vecinos y amigos. Los fines de semana, disfruta de la paz que le brinda Sierra de la Ventana, donde reflexiona sobre todo lo logrado a lo largo de los años. Este escenario lo invita a valorar las pequeñas cosas, como el crecimiento de su nieto, a quien acompaña con la dedicación y el amor incondicional de un abuelo presente. En esta sección de La Brújula 24, una bella historia.

“Nací hace 72 años y en contra de lo que muchos puedan pensar, mis primeros años de vida transcurrieron en el centro de Bahía, en un departamento del edificio de Donado 28. Luego junto a mis padres y mi hermana tres años menor nos mudamos a una casa sobre calle Corrientes y Las Heras, donde permanecimos algo más de un año”, expresó el siempre cordial Carlitos, al momento de darle inicio a su testimonio.

Y recordó: “Mi mamá era maestra jardinera de un establecimiento educativo que funcionaba en esa esquina y mi papá hacía trabajos de ordenanza. Después de esa mudanza y cuando tenía unos cuatro años, nos radicamos en Castelli al 800, donde empecé a vivir bien de cerca el amor por el Club Pacífico”.

“Mi madre ejerció cerca de 30 años en el Jardín de infantes 901 de calle Juan Molina, donde fui de chiquito, mientras que mi padre trabajó en el Almacén Inglés, una tienda de ramos generales que estaba en calle Belgrano, donde hoy funciona la sucursal del centro de la Cooperativa Obrera”, evocó, entrando en confianza con este cronista.

En particular, aclaró sobre su papá: “En ese lugar era el que llevaba la contabilidad, luego pasó a Martínez Gambino hasta que se animó a dar el siguiente paso y abrió su propia bicicletería. En paralelo compró el terreno de Viamonte y Charlone y la pudo instalar allí al poco tiempo, luego le anexó el rubro ferretería y en 1970 empecé a trabajar con él”.

“Antes de eso, cursé los estudios primarios en la Escuela Nº 3, que está sobre Terrada al 400 y la secundaria en el ex Colegio Nacional. Entré a la Universidad y completé casi cuatro años de la carrera de Bioquímica, pese a que no era mi vocación ni mucho menos. Me iba bastante bien, pero por cosas del deporte y el negocio familiar, dejé de estudiar”, reflejó Spacessi, con tono firme y pausado.

Consultado sobre sus inicios en el deporte, acotó: “Con 11 años comencé a jugar al básquet y debo admitir que mi nivel era bastante discreto, donde sí me destacaba era en el fútbol, ambas disciplinas las practicaba en Pacífico. En esta última actividad llegué a jugar incluso en el equipo de la Primera División, despuntando ambos vicios en simultáneo”.

“Un amigo le dijo a un DT que jugaba bien, me ficharon y en mi primer partido en la Sexta División hice cuatro goles, pese a que no me gustaba jugar de delantero. Disfrutaba más de patear la pelota que de picarla, pero entrenadores como Bruno García y Carlos Danussi hicieron que me pique el bichito de querer enseñar básquet”, enunció, en relación al germen que se activó para que opte por su vocación.

Y lo argumentó: “Era una actividad que tenía una complejidad mucho mayor a la del fútbol por su costado estratégico. En un momento iba de un vestuario a otro, me sacaba los botines para ponerme las zapatillas. En 1969 dirigí a mi primer equipo de las menores de Pacífico y fui futbolista hasta el 74, por lo que tuve que compatibilizar ambas actividades”

“Fui jugador de básquet hasta 1977, vivía ajetreado con tantos compromisos porque a la vez trabajaba con mi papá. Un año antes me llamó Argentino para ofrecerme ser entrenador de la Primera División, con 24 años, y me fue muy bien, en el 78 pasé a Velocidad donde fui campeón en Tercera, siempre manteniendo mi labor en las formativas de ‘El Verde’”, refirió Carlos, en el meollo de este ida y vuelta.

Los buenos resultados siguieron acompañándolo: “En el 79 me tocó ganar el título con Napostá y eso me llevó a la Selección de Bahía Blanca como ayudante de (Adolfo) Lista, una segunda experiencia porque había sido ayudante de Danussi en la Juvenil en Pergamino, con solo 22 años. A inicios de la década del 80 ya quedé al frente del combinado de la ciudad, luego vino la posibilidad de dirigir a Provincia”.

“La cerrajería apareció en mi vida recién allá por 1990, como un servicio adicional al de la ferretería, dos actividades que convivieron unos años hasta que mi papá se cansó porque a mí me tocaba brindar el servicio en la calle y entre ambos decidimos que me quede solo con el rubro de las llaves”, destacó sobre su otra pasión.

No obstante, admitió que pudo adquirir los conocimientos sin problemas: “Es un oficio que se aprende bastante rápido, en mi caso fue gracias a un amigo de mi padre que me enseñó y en poco tiempo pude arrancar, a punto tal que después uno mismo se va modernizando con las nuevas tecnologías. Lo único a lo que no me dedico es a las cerraduras de los automóviles”.

Matizando entre un tema y otro, volvió a hablar de la pelota naranja: “La etapa de oro de Pacífico en el básquet no la pude vivir tan de cerca porque ya en el 82, en plena Guerra de Malvinas, me convocaron para dirigir la Selección Juvenil de Tres Arroyos, en tiempos en los que tenía a mi cargo a los Mayores de Bahía. Al principio dudé porque había cierta incompatibilidad, sumado a que tenía que viajar”. 

“Me convencieron al confirmarme que solo se trataba de siete fines de semana, los previos a la disputa del certamen Provincial. La única condición que puse de mi parte fue que si nos tocaba enfrentar a Bahía, no iba a dirigir, a lo que accedieron porque el objetivo de ellos era menos ambicioso, apenas salvarse del descenso”, sostuvo Spacessi. 

Sin vacilar, recalcó: “Preparé el equipo en Tres Arroyos y vencimos a San Nicolás, La Plata, Junín y Pergamino. Cuando llegó el momento de la final contra el combinado de mi ciudad, cumplí con mi palabra y no estuve en el banco de suplentes. Con ese buen resultado, Costa Sud me llamó para replicar ese trabajo con las menores del club, viajando de viernes a domingo todas las semanas”.

“Mi labor en Tres Arroyos se extendió hasta 1986, luego contrataron mis servicios en Banda Norte de Río Cuarto, lo cual fue un desafío porque allí sí por una cuestión geográfica ya me tuve que radicar en Córdoba y posteriormente me incorporé a Brown de Puerto Madryn, en ambos casos relegando el negocio familiar”, explicitó con una sonrisa pícara que se dibujaba en su rostro.

Casi sin proponérselo, el destino lo puso en una situación un tanto exótica, en un momento en el que ya no estaba tan vigente como coach: “Siempre digo que la experiencia más llamativa como entrenador, por así decirlo, me llegó de grande y la experimenté fuera del país, allá por 2008 en México, donde me pude sacar las ganas de probar suerte cruzando la frontera, pero creo que me llegó algo tarde porque descubrí que el básquet ya no era lo mismo”.

“Como cerrajero he vivido cosas insólitas, chicos que se encierran en un baño, sacan la llave y no la pueden volver a poner adentro de la cerradura. También me ha ocurrido recibir gente en el negocio que venía desesperada porque tenían a un familiar viviendo en Bahía y llevaban un mes sin noticias de esa persona”, relató, con un tono mucho más serio que el que traía hasta ese momento.

Y prosiguió con la crónica de lo acontecido: “Llegar al domicilio y percibir un ambiente que a las claras era nauseabundo resultó indescriptible. Aquellas son situaciones en las que uno va acompañado de la Policía y con un barbijo colocado, le toca ingresar luego de manipular la cerradura y ver el cuerpo sin vida. Son secuencias que te marcan de por vida, muy difíciles de olvidar porque te queda impregnado en el olfato ese olor tan penetrante”.

“Los tiempos cambiaron en todos los aspectos. Recuerdo que en una época, la gente venía y compraba llaves viejas para luego reciclarlas, pero eso es algo que se fue perdiendo porque ya no tienen valor. Hoy se las regalo a las maestras jardineras para que las usen para sus alumnos”. comentó Carlitos, evidenciando nulas intenciones de que termine la conversación.

Sobre su presente, repasó: “Sigo trabajando, me jubilé con la mínima y como monotributista debo continuar activo. Los fines de semana voy a Sierra de la Ventana, mi lugar en el mundo, con mi señora y a veces mi hija más chica. Disfruto de ver fútbol, básquet y motociclismo por TV. No me enganché con las plataformas, solo elijo las películas porque las series se me hacen muy largas”.

“Estoy casado con Mónica Blanco desde 1981, luego de dos años de noviazgo, posteriormente llegó Jimena a nuestra vida en el 84 y 16 años después vino Camila, la mimosa de la familia, a la que quería ponerle Inés porque fue ‘inesperada’ (risas). Además tengo un nieto de 11 años que juega al básquet en Pacífico”, dijo, con admiración y ternura.

Sin embargo, se lamentó porque “suelo repetir que conmigo se va a perder el apellido porque tengo una hermana, dos hijas mujeres y ningún primo varón. No reniego de eso, si las cosas se dieron así, por algo será. Mi mamá era la hermana de ‘El Lungo’ Brusa, un bohemio y personaje amante de la vida, al que disfruté muchísimo”.

“Respecto del deporte, a mi nieto le aconsejo lo justo y necesario, soy de la idea de que el jugo a un basquetbolista uno se lo saca entre los 14 y los 17 años porque es el momento en el que más absorbe. Los tiempos han cambiado, en nuestra época la única diversión era salir a la calle para jugar”, diferenció.

Por último, apuntó que “hoy los chicos tienen el celular al alcance de la mano siendo niños y pasan horas enteras mirando esa pantallita. Igual trato de mantenerme en mi rol de abuelo, considero que ya llegará el momento en el que le podré dar algún punto de vista respecto de lo que pasa en una cancha de básquet”.
Con el paso del tiempo, Carlos ha sabido mantenerse fiel a su esencia, llevando consigo las enseñanzas del deporte, el valor del trabajo y la importancia de la familia. Su historia es un ejemplo de cómo la simplicidad y la bondad pueden dejar una huella imborrable en la comunidad.

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