"Mi prioridad ya no son las bochas", dijo un campeón mundial bahiense
Cristian Zapata resumió sus inicios. La etapa lejos de casa. La antesala al título obtenido en su ciudad. “Los 10 años en Brasil me privaron de jugar para mi país y eso me enojó mucho”, se sinceró el deportista.
Por Leandro Grecco
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Cristian Zapata es un talentoso deportista que alcanzó la cúspide de su carrera al coronarse campeón mundial en su ciudad natal. Sus inicios en el deporte evidenciaron una bifurcación: pasó largas horas entre la pelota de fútbol y las bochas, disfrutando ambas disciplinas con la misma entrega. Sin embargo, con el tiempo, la precisión, estrategia y concentración que requería una de esas actividades terminaron de captar su corazón. Y no se equivocó porque ya en su adolescencia, se destacó en competencias juveniles, mostrando el nivel que pronto lo llevaría a enfrentar a los mejores.
A medida que su talento se hacía evidente, recibió oportunidades que lo proyectaron más allá de las fronteras. Brasil se convirtió en su segunda casa durante una década, tiempo en el cual perfeccionó la técnica y compitió al más alto nivel. En aquel país, se forjó un nombre, enfrentando rivales de gran prestigio y ganando el respeto de sus pares y aficionados. Su experiencia internacional y su evolución como jugador hicieron que fuera candidato natural para representar a Argentina. Aunque para eso hubo que esperar.
El torneo que lo llevó a la gloria fue un hito en su vida y la de su ciudad. Lo curioso es que prácticamente se postuló para ser parte del equipo, mostrando un firme compromiso que el entrenador no dudó en reconocer. Su desempeño en el campeonato no solo cumplió con las expectativas, sino que superó cualquier pronóstico. Con cada lanzamiento, demostró una habilidad y seguridad inquebrantables, que finalmente le permitieron levantar el trofeo en Bahía Blanca, el mismo lugar que lo vio crecer y que celebró a rabiar su mayor logro. Para conocer a la persona detrás del personaje, La Brújula 24 conversó largo y tendido con él.
“Soy nacido hace casi 49 años en Bahía Blanca y me crié junto a mis tres hermanos y mis padres en el Barrio Noroeste. Fui a la Escuela Nº 11 de calle Bolivia, era un alumno bastante aplicado y que tenía una buena conducta en líneas generales. A las bochas empecé a jugar en el Club Colón, lugar al que llegué por intermedio de mi papá y rápidamente me hice amigo de Andrés Donghi y Sergio y Caíto Lezcano”, recalcó Zapata, mientras saludaba a Pablo Spurio y René Jarque, ocasionales parroquianos que se cruzó en el café donde se grabó la nota.
Y añadió: “Mi primer deporte fue el fútbol en Olimpo, lo practiqué hasta los 13 años y si bien tenía alguna condición como wing derecho, me cansé de jugar y me hice amigo del utilero. Él me llevó de alcanzapelotas y a colaborar en los entrenamientos del equipo de Primera División. En esa época vino (Abel) Da Graca a cumplir el rol del entrenador del plantel y me pagaba el colectivo para que pueda asistir a las prácticas. Cuando quise darme cuenta ya iba a cenar con ellos y me había convertido en una especie de mascota (risas)”.
“En paralelo, comencé a darle más prioridades a las bochas porque sentía que era más atractivo para mí, lo que llevó a que el Club Catamarca sea el primero en ficharme, donde permanecí un par de años, para regresar a Colón. De a poco se fueron dando los primeros viajes a disputar certámenes zonales y provinciales, no tanto en edad de Infantiles donde no tuve la suerte de integrar los combinados de Bahía. Esa puerta se abrió en especial cuando llegué a la etapa de Juveniles”, confesó, dando a entender que su despegue llegó entrada la adolescencia.
Consultado respecto de las influencias que lo llevaron a incursionar en la actividad, señaló que “de mi familia, quien más estuvo ligado a esta actividad fue mi abuelo, quien no participaba de manera federada, sino que lo hacía en los antiguos clubes con boliche, aunque no llegó a verme jugar. En Primera debuté en Colón con Miguel Nador, Silvio Kaddour y ‘El Pelado’ Ramírez, un grupo con el cual compartimos lindos momentos, logrando el ascenso a Primera B”.
“En ese momento no pensaba que podría llegar a lograr tantas cosas, el click aconteció siendo un poco más grande, lo que vino aparejado con conocer muchos lugares y gente, pero se fue dando sin que uno lo planifique. Transité los pasos lógicos porque con edad de juvenil integré equipos en Tercera y en Segunda antes de aquel debut que te contaba en la máxima categoría”, explicó Cristian.
Su destacado nivel lo colocaba en un sitio de privilegio: “La primera posibilidad de irme fuera de la ciudad surgió cuando hubo un llamado desde Mar del Plata, pero no se terminó de concretar por mi propia decisión. Luego, de ese episodio, tuve en claro que mi destino como jugador iba a estar vinculado a otro lugar. En la actualidad trabajo en el municipio de Resistencia, por lo que en este último tiempo voy y vengo desde Chaco a Bahía con una licencia sin goce de sueldo”.
“Hace 13 años que resido en el Chaco y no juego a las bochas pues eso lo dejo exclusivamente para los meses en los que estoy en mi ciudad natal. Por lo que cada vez que llego acá me tengo que poner a tono rápidamente en virtud de que desde hace tres años que no practico en el período en el que vivo allá. Se me complica debido a que con mi esposa tenemos un negocio en Resistencia y eso me resta horas. Además las bochas dejaron de estar en un primer lugar entre las prioridades de mi vida”, lanzó, sin vacilar y con firmeza.
No obstante, volvió a retroceder en el tiempo: “Llegué a esa provincia del norte, donde fui muy bien, integrando equipos con (Raúl) Basualdo y la persona que me llevó para descollar en los torneos argentinos, luego de lo que fueron muchos años viviendo en Brasil. En San Pablo permanecí unos diez años, después de un paso fugaz por La Rioja que duró solo un año del cual mi único recuerdo es el calor que padecí”.
“Llamé a Juan José Rosso y le comenté que mi intención era probar suerte en ese país vecino, a lo que me respondió ‘no, vos sos muy vago’. Él usaba ese término en el buen sentido, le insistí hasta que conseguí que me diera una mano, logré acordar todas las condiciones para dejar Argentina y probar suerte, en principio por un par de años, que luego fueron muchos más”, enunció, llegando a la mitad del ida y vuelta con este cronista.
En ese sentido, Zapata explicó la razón de un nuevo golpe de timón en su carrera: “Terminé regresando por decisión propia, sino podría haber continuado mi carrera en Brasil, donde incluso vive mi hijo. Ocurrió que en San Pablo las bochas terminaron y fueron reemplazadas por el raffa volo que es una disciplina relativamente similar. Hasta ese entonces me había ido bien en los certámenes de clubes, con la salvedad de que tenía que disputar solamente esos campeonatos porque no podía integrar la selección de aquel país”.
“La previa de lo que fue el título que pude ganar en Bahía Blanca tiene ribetes anecdóticos porque tuve que hablar con (José) Gáspari, por entonces el entrenador de Argentina. Corría el año 2012 y se había disputado en Misiones un torneo importante a nivel internacional y le pregunté en un boliche bailable, en medio de los festejos y con cierta ironía, si la bocha era redonda. Su primera reacción fue reírse”, rememoró sobre una anécdota que iba a gestar lo que luego sería el momento más glorioso.
En paralelo, Cristian admitió que “lo mío fue bien de caradura porque no sabía ni que existía el Zerbín, pero ahí mismo me confirmó que me iba a convocar para probarme. Fui a entrenar, quedó satisfecho con mi desempeño, tal es así que me llevó al Sudamericano de Chile y logré un récord en la especialidad llamada ‘combinado’ que me permitió ganar no solo en esa disciplina, sino también en ‘precisión’. Para mí era un logro porque nunca había incursionado en ese juego”.
“Vinimos a las prácticas para el Mundial donde me ratificó en el equipo, pero el técnico tenía la duda si en ‘precisión’ iba a estar Dani (Vitozzi) o yo porque él estaba muy firme en los entrenamientos, bastante por encima mío. Gáspari se la terminó jugando y se dio algo impensado porque en la primera ronda no pude clasificar por apenas un punto, algo que es muy raro. Me sentí nervioso, a ese factor fue que terminé atribuyendo el desempeño que me complicó el paso a la siguiente instancia”, reconoció en lo que respecta a un inicio vacilante.
Después de ese episodio, todo cambió: “A partir de ahí comenzó otro Mundial, clasifiqué sin problemas entre los 16, luego entre los 8 y la instancia final. Fue un proceso que le puede ocurrir a cualquiera, donde la presión jugó un rol clave porque no es lo mismo jugar en un país lejano donde no hay más de cinco personas que te alientan que hacerlo en un lugar donde estaban hasta mis vecinos de la infancia”.
“Ese título supera cualquier otro logro de los que alcancé, pese a que tuve la posibilidad de ganar dos Olimpia de Plata y el primero de ellos me movilizó muchísimo. Incluso integré una terna por tercera vez, pero perdí. A menudo me ocurre que no me doy cuenta de las cosas que me han pasado en el transcurso de mi vida y uno no las termina valorando en su justa dimensión”, expresó, abriendo su corazón al máximo.
Pese a ello, una herida le dejó una cicatriz que no termina de sanar: “En mi mejor momento, viviendo en Brasil, no tuve la oportunidad de representar a mi país, fueron diez años en los que fui vedado y era cómico porque a los certámenes de raffa volo convocaban a otros bochófilos que nunca habían incursionado, mientras que yo estando allá tenía esa disciplina al alcance de mi mano. Son cosas que me enojaron mucho en su momento porque recién me tocó mostrar mi real nivel siendo más grande, con un tiempo que nadie te devuelve y en el que podría haber medido fuerzas a otro nivel”.
“A los padres que tienen intenciones de que sus hijos aprendan este deporte les digo que hoy las bochas han cambiado mucho en cuanto al ambiente, últimamente jugué en Velocidad y ahora lo hago en Leandro N. Alem donde no se ve una gota de alcohol. Actualmente ya se compite desde muy chico y ya no se da aquello de que si hay un mayor dentro de la cancha tiene que esperar la autorización de ese adulto para poder ingresar”, aseguró el protagonista de esta sección.
Hoy, afronta el deporte sin presiones: “Juego solo porque estoy estos meses en Bahía, sino ni se me pasaría por la cabeza seguir siendo un bochófilo en actividad. En especial porque son solo tres meses y porque estoy en una institución como Alem que me da mucha libertad al punto que si se me antoja irme una semana, me autorizan. No lo voy a hacer, pero sé que cuento con esa posibilidad y eso es algo que venía buscando para este momento”.
“Con Diego Zamponi y su equipo no tengo ese problema, de hecho ya pasó días atrás que viajé y volví directamente para jugar. Hay confianza mutua, tal es así que el año que viene voy a seguir jugando en el mismo club para disputar el torneo de tríos y no sé si completo (risas). No es una cuestión de dinero, lo que priorizo hoy es no estar atado a ningún tipo de compromiso competitivo, las bochas ocupan un plano secundario en mi vida”, concluyó.
A Cristian Zapata se lo nota disfrutando de lo que le ofrece el destino, ese que supo forjar con sacrificio y apoyado en un talento propio de aquellos que fueron tocados por una varita mágica. Pudo establecer qué es lo esencial, lo que ya no lo tienta y convivir con ello, toda una gesta que le trae orden a su día a día, proyectando sobre bases sólidas y con los pies sobre la tierra. Si ya logró lo máximo a lo que podía aspirar, nada más se le puede exigir.
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