Las canciones y este festival están mucho más allá de todo lo que se pueda decir", dijo Abel Pintos promediando su esperado show en este Cosquín 2015, aludiendo así a las idas y venidas con su presencia en los meses previos al festival. Más allá de esa ambigua frase, el cantante bahiense fue puro amor para sus fans en una quinta luna que tuvo la noche esperada: plaza colmadísima, entradas agotadas y euforia por el ídolo. Pasados algunos años ya de la explosión del fenómeno popular, no deja de sorprender lo que sigue generando en el público. Aunque ya no cante folklore, el romance está intacto.
Por primera vez en la presente edición, la Próspero Molina lució repleta y con muchas ñatas sobre los portones, aunque no sólo por los seguidores de Pintos (muchas chicas, pero también chicos y familias enteras) sino por ese grueso del público que se contagia de la onda expansiva y quiere presenciar lo que los demás dicen que hay que ver.
Quince minutos antes de la 1 se desató el delirio con la llegada de Pintos al escenario y los primeros versos de Sin principio ni final. "Te voy a amar y me amarás... te amo sin principio ni final", desataron el griterío en la plaza, y el coro histérico de la multitud enamorada. Luego le siguió A-Dios, en un show que transitó mayormente por sus últimos discos (Abel y Sueño dorado) y cerró con el ya clásico Reevolución, redondeando uno de los repertorios más pop que se le recuerde en el festival.
La ciudad fue de Abel
“¿Vas a ver a Abel? ¿Tenés una entrada?”, eran las preguntas más escuchadas en una tardecita nublada y con latente amenaza de lluvia. Calles abarrotadas, bares que no se cansaban de agregar mesas sobre la San Martín, convertida desde temprano en peatonal, y canciones del artista bonaerense brotando sin respiro desde todo artefacto sonoro.
Una excelente muestra de cómo se acrecienta la manía por el músico fue lo que pasó en la prueba de sonido. Pintos llegó a la plaza cerca de las 17, donde lo esperaban cientos de fans que evadieron la seguridad para presenciar una actividad que no se extendió demasiado. Incluso, Pintos se retiró antes en un auto que ingresó hasta el mismo predio de la plaza y fue rodeado por un grupo de seguidores que buscaban aunque sea un mínimo gesto de su ídolo para manifestar ese efímero instante de felicidad con un alarido. Según cuentan los presentes, un adolescente hasta corrió una cuadra detrás del vehículo. Del otro lado de la plaza, desde la mañana se podían ver largas filas de quienes pugnaban por conseguir ese preciado ticket dentro del escaso remanente que se esfumó cuando comenzó la programación a las 22.
Fuente: La Voz
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